domingo, 20 de octubre de 2013

No lo entenderéis.

No lo entenderéis. Nunca. Ninguno.
No entenderéis que me duela en las entrañas tocar las obras de la prueba inútil.
No entenderéis que necesite pintarme los ojos todas las mañanas. Que necesite quitarme el ala, porque me ahoga, me ahogan, me ahogáis.
Que odie los besos en las orejas.
Que no me gusten las despedidas.
No entenderéis el significado de Yellow o Californication, no son sólo canciones, nunca lo fueron.
No retenéis por qué tengo las uñas de la mano derecha largas y las de la izquierda cortas.
No entenderéis mi pánico a el futuro, a los cambios, a mis ansiosas ganas de explotar de encontrar. Mi fobia a los entierros.
No entenderéis lo que es Si menor. Lo que admiro las palabras.
No entenderéis lo que significó una simple charla, con una simple persona, con unos ojos verdes, no tan simples. No entenderéis lo que son las piriposas, ni llegaréis a imaginarme con ojos azules.
No entenderéis lo que fueron para mí los peces luminosos, lo que son.
No entenderéis lo que pudo hacerme una guitarra.
No entenderéis mis grietas, ni mi Enero.
No entenderéis el significado de mi apellido.
No entenderéis que no puedo gritar, no sé gritar.
No entenderéis como puedo a odiar.
No entenderéis que me plantee un futuro inestable.
No entenderéis mi admiración por los pianos.
No veréis el rojo como tal.
Mi obsesión por echar leña sobre hogueras apagadas. Mi obsesión con las puertas de los armarios.
El falso cielo.
No entenderéis lo que soy, en lo que me he convertido, o habéis. Lo que supongo, que todavía no he asimilado.
Pero a quien quiero engañar, tampoco quiero que lo entendáis.

domingo, 15 de septiembre de 2013

La Una.

Hacía tiempo que no escribía en papel, mi letra rota e inentendible lo corrobora.
La una menos cuarto, ya he apagado.
La tinta roza mis dedos y traspasa el papel, esta vez no es roja.
Supongamos que los cuatro no siempre estarán de mi parte.
Podría esforzarme y volver, cambiar de bolígrafo, buscar uno en condiciones, darle la vuelta a mis letras
Supongo que todavía no soy capaz.
Me duele la cabeza.
Diez minutos.
La una es la hora del principio, del final.
Supongo que nadie tendrá interés en este escrito de nula inspiración, ellos, falsamente felices, que nunca vivieron el amarillo ni el rojo.
La gran mayoría ni habréis superado el primer acto.
Siete minutos.
Tachones.
Las retinas me escuecen y el cristal no ayuda.
Lo típico de "Cambiaría todo en este instante".
California.
Hace mucho que los huracanes son otra vibración más.
Hace demasiado que me perdí.
Tres minutos.
No quiero encontrarme.
No quiero acabar tal que empezásteis.
Dos minutos.
Nadie me echará en falta. En ningún instante.
Malgasté un sueño en vano.
No me puedo permitir perder más tiempo.
Un minuto.
No hay estrellas hoy todas se esconden de mí.
Supongo que esto debe ser una despedida.
Quise decir "hasta luego" cuando te dije "adiós".
Los peces luminosos, no volvieron.
Los actores se han retirado y quemado sus papeles.
¿Fin del acto? 
La una.


domingo, 8 de septiembre de 2013

Que mis muñecas estén limpias no significa que esté bien.

Paracaídas que simplemente no se abrieron.
Tinta en las rodillas. Música en las arterias. Coldplay, en el alma.
No recuerdo como era mi sonrisa antes,
Que mis muñecas estén limpias no significa que todo esté bien.
Necesito necesitar. Cuídate dijeron.
Físicamente, empeora por momentos. Me pesa el pecho y no me encuentro el pulso.
Un tiovivo de metal, que no se oxidará. Nada que ver con nosotros.
Oxidados y perdidos.
Quemé todo, y sirvió de nada.
Nunca estarás de tal forma.
El cielo se ha cerrado ante nosotros, el frío quema.
Necesito necesitar.
Necesito creer.
Necesito, romper con todo.



jueves, 29 de agosto de 2013

16 minutos.

Presión sobre las cuerdas, las teclas, las boquillas, y el pecho.
Llorar no servirá para nada esta vez.
La del espejo no soy yo, no soy la chica de los ojos maquillados de la noche anterior, la de los labios entrecortados, la del pelo sobre los hombros, la que no tiene gafas.
Soy la chica que esta mañana perdió el desmaquillador y le dio igual, ya que era recuerdo de la locura de la noche anterior, la que tiene los labios secos de tanto gritar, la que le encanta el pelo largo que nunca cae, la que se pone lentillas para no depender de un estúpido cristal que mancha lo que no debe.
Queda menos.
Supongo que las cosas se desgastan con el tiempo.
Que las pulseras fueron una suposición demasiado grande.
Que yo era otra suposición.
Que odio que me besen las orejas.
Que la confusión del cumpleaños con el fin de mi acto, no fue casualidad.
No sé nada.
Posiblemente, el Manzanares nunca volverá, posiblemente cambiaría mi deseo. No por Enero, pero si por lo demás.
Posiblemente el rojo estaba predestinado a aparecer.
Subjetivo.
Ojalá fuese valiente.
Posiblemente todos estos escritos acaben siendo nada.
Seguramente aposté al bando equivocado.
Madrid no va a ser para siempre.
Quizás, cree la canción.
Quizás lloremos de felicidad.
Quizás las suposiciones, valgan nada.

Me duele la cabeza.

Me duele la cabeza.
Me duele lo que nunca volverá.
Me duelen los recuerdos.
Me duelen las canciones que nos quedaron sin descubrir.
Me duelen los rincones de Madrid que no hemos arrasado. Los viajes que no planeamos. Lo fingido y lo de verdad. Los años 80 que se olvidaron. Las estrellas.
Las cuerdas de mi guitarra están en proceso de descomposición y la Ginebra no puede con ellas.
Las grietas de mi espalda vuelven. Se expanden, cubren todo mi cuerpo, llegan hasta mis dedos. lo único que me quedaba.
Es normal que no queráis saber nada más de mí. Sólo soy grietas rojas.
Me duele, la cabeza. 
 

La foto.

Las 2:17. La mariscada ha acabado y la Ginebra acabó bailando un rock and roll en la plaza del pueblo. Todos se han ido, un instante de falsa paz inunda el segundo piso.
Enciendo el ordenador para vaciar las memorias que el objetivo captó esta noche. Música por supuesto. Pienso en acabar, apagar y dormir. Dormir, curioso verbo.
Pero entonces veo la carpeta. "Enana".
Dudo, puede originarse un terremoto, o una simple vibración más.
Cedo ante la duda.
Las viejas fotos.
La antigua yo.
El antiguo nosotros.
No se de extrañar que un Piano suene de fondo mientras los recuerdos interfieren mis pupilas y llueve sobre mis mejillas.
Mis ojos azules a juego con los tuyo.
El brillo de su sonrisa.
Tu coleta acompañada de unas gafas de culo de botella.
La foto.
Él mirando al objetivo con la felicidad sobrentendible , ella abrazándole mientras me sonríe a mí, yo con la mirada en el cielo.
Lo que puede originar un simple recuerdo fotografiado llega a ser increíble, incluso, da miedo.
No hay ningún Piano que resuene de fondo. El silencio se apodera de mí y me transporta al pasillo amarillo y los helados de chocolate.
Los ojos azules se oscurecieron, la felicidad que captó en ese instante una cámara desechable, ya no existe, nadie me mira esbozando una sonrisa.
El cielo sigue ahí, intacto, esperando que yo lo vuelva a admirar.
De nuevo, Yellow.
Por una vez sumergirme en el falso azul.
No hay nubes, ni llueve.
Mis ojos vuelven a ser azules y las piriposas existen.
Estrellas, brillad por mí.

Incompleto.

Palabras que todos decimos y nadie usa. Rincones de tu piel que se quedaron sin estrenar. Paranoias de la M-40. Colores que se hicieron paso entre los demás. Puede que sea en lo que me he convertido, lo que me habéis convertido. Oleadas de pensamientos sin estrenar. Sigo perdida. Seguís buscando. Quizás ese sea el problema, que no quiero encontraros. Nos quedamos rotos, encerrados en el hielo, rodeados de partituras sin leer, cuerdas y teclas rotas, pinceladas de rojo que se supone que deberían de ponerme los pies en el suelo, las estrellas amarillas que no brillan por nosotros tuvieron sentido durante esa carcajada con la costa de la muerte de fondo. Quizás un tres tres dos fluya entre mis dedos sin necesidad de pensar.
La existencia queda resumida en 1 minuto. Mi existencia quedó resumida hace cuatro años, rodeada de luces que ocultaban las verdades y me hacían más alta. O en el instante de el río sobre nuestros deseos, si todo hubiese acabado allí, hubiese sido el final perfecto.

Fin del acto.

El acto termina, se baja el telón, y los actores vuelven a sus casillas.
El escenario cambia. Puede que esta vez se trate de Galicia, Madrid, Valencia e incluso Barcelona.
La sexta sinfonía sigue sonando igual que siempre.
Algunos actores se han retirado o simplemente han huido. Otros llegaron y recompusieron diálogos y pedazos.
Rodeado de rojo y amarillo el telón de mi vida se carga sobre mis hombros. Parte de mí quedó enterrada en una playa sin estrenar. Quizás esa mirada ingenua mientras una lágrima impregnaba mis mejillas tocó mis cuerdas agrietadas. Quizás ese abrazo que no llegó pudo haberlo reconstruido todo.
¿Seguirán aquí cuando acabe esta función?
¿Seguirán aquí cuando solamente quede mi alma rota y desgastada?
Fin del acto.

martes, 23 de julio de 2013

Principio del fin.

Mañana dejaré Madrid para llegar al mar, como todos estos años.
Pero no es igual, no volverá a ser igual. Lo sé yo, lo sabemos todos.
Me da asco tener que fingir que sé como reaccionar.
No quiero ni escribir, ni tocar.
Retrocedamos cinco meses.
Empezad otra vez, el final del principio.

lunes, 22 de julio de 2013

Rojo.

Sonrisas que muestran dientes y nada más. Ojeras mal tapadas. Lágrimas escondidas. Suspiros ahogados. Sentimientos quizás, demasiado reprimidos.
Perderse en ese falso cielo que supongo que todos tenemos.
Ganas de desaparecer de entre las multitudes vacías.
Romper guitarras a base de vida.
Decir que estás ''bien'' mientras pegas golpes en blando.
Pedir abrazos con la mirada y quedarte con las ganas. Frotarse las manos.
Gritar, sobre todo gritar.
Porque pintar por encima no borra lo pasado.


miércoles, 10 de julio de 2013

No hay vuelta atrás.

Tres escalones que marcan la diferencia. 96 cuerdas que ríen juntas. Te transformas, te transforman. Un tres por cuatro seguido de un *chas* silencioso que reclaman los primeros. Las grupies piden Yesterday. Un re final dado como cual puñalada en la espalda.
Grito. Gritáis. Gritamos.
Nos levantamos y reímos por como lo hemos hecho y por la euforia colectiva de dar vida.
Verde, mucho verde.
Te equivocas, nos equivocamos, pero da lo mismo. Ves que las cuerdas ríen y ya da lo mismo el sonido y la técnica.
La música se hace paso entre los complejos y ya no hay vuelta atrás.

Cabina 22.

Luces pálidas. Nuestra verdad. Ilusión transformada en error. Historias compuestas entre dos.
Humo que no me deja verte. Secretos que quedan reducidos a una cabina de la segunda planta. Terremotos, como tu guitarra. Un piano indestructible. Una hora eterna. Rock and roll para los dos. Una risa descompasada y golpes.
¿Amor? Se me hace demasiado grande.




"Cierra los ojos y dime qué ves".


Críticas pupilas que se fijan en el exterior. Daños que quedan plasmados en tu forma de andar. Lunares en rincones que pocos llegan a conocer. Cada milímetro está calculado para algo. Un cuello con cosquillas, y unas rodillas estrambóticas. No sé conjugar adjetivos. Pestañas de las largas que te hacen porcelana. Labios que merecen la pena. Y sonrisas blancas.
¿Cierra los ojos y dime qué ves? 
Te veo a ti, conmigo, con nosotros. Sin rechistar.
Felices.

Marylin.

Embajadores ya no sabe a Barcelona y los subtítulos se van apagando. Ya no robamos letras en Huertas; no soñamos en Malasaña.
La plaza de los cubos se cae con nosotros y ya no hay "Vips" que valgan.
Insoportable.
Silencio y pasos rápidos.
Marylin lleva durmiendo mucho tiempo y nosotros perdemos las esperanzas que se funden con el faro verde.
¿Acaso dejaremos que se apague del todo algún día? Supongo que no.
Grietas. El centro de Madrid abre grietas.

"No estamos rotos, solo algo torcidos."

La tinta traspasa el papel hasta convertirse en piel.
De fondo una radio contando viejas historias.
El calor de Madrid y los suspiros de ajenas infancias impiden la concentración.
Improvisemos.
No puedo tocar.
Un cinco por ocho acompaña a la maquinaria. Una letra incomprensible, como tú y yo.
Quizás en algún momento fuiste un cuatro.
Si menor me persigue y las canciones felices ya no tienen lugar en esta guitarra.
Un séptimo que me acerca más a ese falso cielo que supongo que todos tenemos.
Críticas que no dejan ver. Frío, tachones y mangas remangadas.
Un adolescente no debería pensar en estas cosas dicen, directamente ni debería pensar, solo memorizar cosas absurdas y asentir. Ilusos. Sobran marionetas.
Busquemos un rotulador negro y unas notas calladas.
Imprecisas, pero reales.
"No estamos rotos, solo algo torcidos."

Futuro.

Californication en modo repetición.
Impreciso.
El futuro, siempre el jodido futuro.
Pruebas y pruebas que solo valen para perder un día, reservar una planta, y hacernos pedazos.
Pedazos que pueden reconstruirse en el tablón, o no.
Terremoto.
Febrero.
Notas, desesperación y fuerza descontrolada. Rojas todas rojas. Grietas que corrían por la espalda fueron tapadas por rock y si menor. Pero un aleatorio equivocado derrumba. Seguirán arrastrándome esas grietas hasta que apague los oídos.
Quiero volver a los quince minutos, las películas para tres, el asiento de atrás con Iván; Holanda, jodida Holanda.
Almodóvar y Chaplin. Marylin y su perfección-
Cuando no era una obligación.
Pero sé y sabemos que esto no es así. Solamente recordaba, como todos. Todo lo que solíamos hacer, a esa niña ingenua tirando a idiota que ahogó la marea.



Cinco. Tres y tres.
Diecinueve.
Izquierda; precisa, fuerte.
Derecha; frágil, ingenua.
Ponticcello desgraciado
Ligados que se escapan de las manos.
El hombro bajo, la cabeza alta.
Mirar partituras viejas y sentir Giuliani y su mariposa. La primera audición memorable.
El primer suspiro antes de comenzar.
Los dedos recuerdan todos los gestos, la cabeza todas las emociones. Acordes y arpegios. Otro opus más que deshacer.
Canciones olvidadas por el paso del tiempo y las obligaciones, cobran vida de nuevo. La tremenda incógnita.
Nosotros condenados a sentirnos infravalorados porque según ellos todo el mundo puede tocar la guitarra.
Pero se equivocan.
Con el paso del tiempo he dejado de hacer música, me absorbe la sensación de decepción conmigo misma.
Brouwer ya no me anima. Lerich parece que si hasta que llegan los vibrattos.
No hace falta técnica para tocar, hace falta sentir.
Pero esos cuatro que decidirán sobre mi futuro no lo tendrán en cuenta. Me faltan martes en el aula ocho.

Domingo.

Domingo.
En ese instante tú entrarías en mi cuarto de sopetón. Abrirías la ventana y gritarías a todo el vecindario que soy una dormilona. Yo, con mi mala leche mañanera te tiraría una almohada, tú te quejarías exageradamente y empezarías a hacerme cosquillas. En ese momento entraría ella, nos "regañaría" como solía hacer; tú le darías un beso y nos iríamos a desayunar churros.
Domingo.
Me despiertas diciendo que ella a llamado y que nos tenemos que ir, abres las ventanas, y te vas a desayunar. Me levanto sola y comemos un par de tostadas pasadas sin ganas. No hay beso de buenos días, ni cosquillas, ni churros, nada. Salimos a la calle y el viento me azota en la cara. Llegamos a nuestra casa, bueno, lo que ahora te refieres como "vuestra" casa. Os dais dos besos en las mejillas como símbolo de cordialidad. No lo soporto. Intercambiáis unas cuantas palabras y nos despedimos. Hay un pequeñaja escondido entre las paredes. Te vas. Ella sonríe, le brillan los ojos. Me encierro. Las paredes rojas me recuerdan que todo ha cambiado. Sé que ella tampoco ha olvidado esos domingos.
Recuerdos que ninguna tormenta podrá arrasar.

Frío.

Tengo frío pero llevo las mangas remangadas, sólo por sentir algo, por ser consciente de que sigo aquí.
Me tumbo en un banco. Bajo las mangas. Cielo azul.
Demasiado azul.
Demasiado perfecto.
Cierro los ojos; no quiero tranquilizarme mirando un falso azul.
Quisiera gritar, como siempre.
Me muerdo el labio inferior, sangra, paro.
Respiro y abro los ojos.
Más azul.
Me quito las gafas, con unas dio trías no todo parece tan falsamente perfecto, veo borrones, mejor así.
Miles de historias recorren mi cabeza; no me recreo en ninguna.
Abajo los párpados, arriba la música.
Infancias que juegan, edades que susurran, enamorados que demuestran.
Frío.
Recuerdos.
Más frío.
Me encojo, pero el frío que hay en mi interior no se va a ir así como así.
Me remango, otra vez.

Llorar sin pestañear como símbolo de valentía

Son muchas cosas.
Sentimientos contradictorios.
Música inexistente.
Esfuerzos caídos por la borda o popa.
Oscuro.
Cuando parece que estás "bien", llega esa mínima cosa que te hace retroceder.
Llegan lágrimas, pero no parpadeo, respiro y vuelven atrás.
Llego a casa. Cuatro vueltas de llave. Paredes rojas. Portazo. Almohada. Miro el techo blanco intacto.
Vuelven, caen dos, tres, seis lágrimas.
Mantengo los ojos fijos en el techo.
Respiro, es lo único que me queda.
Me toco las uñas irregulares, guitarra que salta de su funda para dejarse caer en mis manos.
Improvisemos.
No hay sonido majestuoso, ni técnica, ni nada de eso que llevo estudiando durante cinco años.
Creo.
Me sangran las yemas.
Descanso.
Una sonrisa se esboza, o eso parece.
No me he rendido, por una vez.

Aleatorio.

Todo es risas hasta que llega el silencio inundado por una canción escogida al azar.
Paras, escuchas, sientes. Párpados cerrados, respiras, respiras y vives.
Algo ocurre que no eres capaz de procesar.
Quieres gritar, llorar, reír, pero no eres capaz de mover un mísero músculo.
Después de tanto callar no eres capaz de gritar.
Te sientes idiota y vuelves a andar. Andas y andas, pero mirando al frente, no al suelo.
Te das cuenta de que ha sido esa puta canción la que ha provocado todo aquello inexplicable.
Intentas olvidar, dices tonterías, ríes sin ganas. Olvidas, o eso intentas.
Pero no, porque en algún rincón sigue sonando esa canción, una y otra vez, durante el resto de los tiempos.

Primeras noches.

Se me caía el mundo encima. Lo único que veía con sentido era la presión que ahogaba mi pecho y me impedía respirar. Cogí el Ipod, me puse los cascos seguidos de una vieja lista de reproducción, refugiarme en la música es lo único que se me da bien últimamente.
Suenan dos, tres, ocho, diez canciones. Parece que me siento un poco mejor.
Siguiente canción, a los dos primeros arpegios la reconozco, me acuerdo de ti y la paso rápidamente. Suena otra mierda comercial.
Vuelve la presión, me siento peor, atrás.
Suena otra vez nuestra canción, aunque hace mil que no la escucho recuerdo la letra a la perfección, y te veo otra vez, en el asiento delantero del coche, con tus palmas a rítmicas y tu voz desafinada, te grito que te calles que no sabes cantar, tú cantas más fuerte y yo río, a carcajadas.
Abro los ojos, sin darme cuenta la canción terminó, la vuelvo a poner. Lloro. Acaba. Vuelta a empezar.
La presión en el pecho se va, da paso a los recuerdos. No me siento mal, al revés, me gusta, me gusta recordarte así. La canción sigue sonando, sonrío, se me caen los párpados.
César y su guitarra siguen contando la estúpida historia del niño que confundía polillas con mariposas según tú.
Duermo.
Gracias Papá.

Ese Piano que suena, siempre, detrás de todo ahí está.

Estoy en la cuarta planta del conservatorio. Miro fijamente a estas paredes antiguamente amarillas que se han convertido en mi segunda casa, me quito los cascos y oigo las cabinas. Un cantante, un trompetista francamente malo, un violín buscando su sonido, un profundo chello, un piano. Un piano que está tocando "Para Elisa". El pensamiento es inmediato, me acuerdo de ella, de mi Pianillo. Sus charlas de poca madre, fue la primera que me enseño que los problemas te hacen más fuerte, la primera que me lo dijo de verdad. Me acuerdo de su obsesión con su voz. De todas las bocas que va a callar. De lo mucho que tengo que repetirle que es preciosa, por dentro y por fuera. Mi Piano tiene sus momentos negros, como sus teclas, pero que sin ellos no sonaría igual. Que me transmite seguridad, como la brillante negra madera, ella también brilla aunque no se de cuenta. Quiero decirle lo mucho que la necesito, como una guitarra a sus cuerdas, como un pentagrama a sus notas, como yo. Que la Guitarra necesita a su Piano para hacer música, para ser feliz.