Domingo.
En ese instante tú entrarías en mi cuarto de sopetón. Abrirías la ventana y gritarías a todo el vecindario que soy una dormilona. Yo, con mi mala leche mañanera te tiraría una almohada, tú te quejarías exageradamente y empezarías a hacerme cosquillas. En ese momento entraría ella, nos "regañaría" como solía hacer; tú le darías un beso y nos iríamos a desayunar churros.
Domingo.
Me despiertas diciendo que ella a llamado y que nos tenemos que ir, abres las ventanas, y te vas a desayunar. Me levanto sola y comemos un par de tostadas pasadas sin ganas. No hay beso de buenos días, ni cosquillas, ni churros, nada. Salimos a la calle y el viento me azota en la cara. Llegamos a nuestra casa, bueno, lo que ahora te refieres como "vuestra" casa. Os dais dos besos en las mejillas como símbolo de cordialidad. No lo soporto. Intercambiáis unas cuantas palabras y nos despedimos. Hay un pequeñaja escondido entre las paredes. Te vas. Ella sonríe, le brillan los ojos. Me encierro. Las paredes rojas me recuerdan que todo ha cambiado. Sé que ella tampoco ha olvidado esos domingos.
Recuerdos que ninguna tormenta podrá arrasar.
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